Esta ha sido mi gran recompensa en mi última visita a Madrid. Nada más bajar del avión, en el aeropuerto, le decía a la mujer que más amo que hacía muchos años que no sabía nada de una actriz que personalmente considero la más completa del panorama interpretativo español. Me refiero, por supuesto, a Natalia Dicenta, una mujer a la que el arte, por pasión y por estirpe, le corre por cada vena.

Apenas había hablado cuando por arte de birli-birloque, en ese viaje de metro interminable que une la T4 de Barajas con el centro de la ciudad, encuentro en una parada más que underground, un pedazo de valla publicitaria con un primer plano del rostro de Natalia mientra sujeta un viejo micrófono entre sus manos.

Se trataba del anuncio de “Al final del arcoíris”, el estreno bombazo de la temporada del West End de Londres. Una obra que como todas las de su autor, Peter Quilter, acaba llevando a todo el mundo al teatro. Si con esas credenciales nos faltaran motivaciones, no tendría más que mencionar que durante un par de horas (que a mí me supieron a poquísimo), nos metemos sin permiso en momentos de los más privados -si es que alguna vez se le concedió alguno- de la gran Judy Garland.

Cartel de "Al final del Arcoíris"

El montaje madrileño, de los directores Eduardo Bazo y Jorge de Juan, nos permite contemplar los últimos meses de vida de un icono sobrehumano que, como todo genio irrepetible, acarrea como la más pesada carga toneladas de dolor, de injusticia, de soledad…

Sin embargo, quien se sienta en la butaca del Teatro Marquina para llorar a raudales en el entreacto -como hice yo y ya sé que suena tremendamente gay, pero se trataba de la vida de “Dorita”– también debe estar dispuesto a que se le desencaje la mandíbula con el sentido del humor y la inteligentísima ironía de una Garland irrepetible… hasta que llegó Dicenta.

Con el permiso de un Miguel Rellán, que se sale en el papel de su fiel pianista, y de Javier Mora como el último “amor” de la diva, yo no puedo más que dar las gracias al destino, por permitirme aterrizar en Madrid aquel día, viajar en metro desde la T4 y que esa mujer que tanto amo me regalase la entrada para asistir a la función.

Y es que no sé qué añadir a las impresionantes críticas que la prensa le ha dedicado a esta mujer menuda, hermosa y brillante que con su interpretación y su voz parece, literalmente, que se ha tragado a Judy Garland. Me hicieron mucha gracia las acertadas palabras del crítico de El País, quien ha afirmado que “Si yo fuese Liza Minelli, la demandaría por robarme a mi madre”. Yo, en cambio, me la comería a besos.

De verdad que esa interpretación huele a millones de premios. Ojalá los recibas, querida Natalia.

Fotografías de AlfinaldelArcoiris.es