Así es conocido Ayers Rock, la roca sagrada de los aborígenes australianos: El ombligo del mundo. Esta formación pétrea, que nace de las mismísimas entrañas del corazón de la tierra australiana, es considerado el segundo monolito más grande del mundo, después del Monte Augustus, también en Australia.

Uluru -así es su nombre en la lengua Anangu- fue rebautizado por Gosse, el primer “blanco” que escaló su cima en la última mitad del s. XIX. Desde entonces, la masa rocosa Patrimonio de la Humanidad, no ha dejado de ser profanada por los occidentales, ignorando los ruegos de los Anangu para quienes Ayers Rock es uno de los centros de su mundo espiritual.

Lo cierto es que este monolito de arenisca seca y rojiza, era el centro de un lago hace 65 millones de años y en su largo camino hasta el presente, entró a formar parte de la cultura autóctona. Muestra del significado del Uluru para los humanos son las pinturas prehistóricas que adornan sus paredes, así como la multitud de leyendas y ritos del que es protagonista indiscutible.

El turismo empezó a “invadir” la zona en la década de los años 30 del siglo XX y en 1958 el pueblo Anangu comenzó a exigir que el lugar fuese protegido y declarado Parque Nacional. En 1987, la Unesco lo incluyó dentro de su lista de lugares destinados a ser Herencia de la Humanidad.

La vegetación y la fauna de la zona resulta de incalculable valor, siendo el albergue de numerosas especies endémicas. Pero el verdadero reclamo para más de 350.000 turistas anuales es su poderosa belleza visual. Una estampa inimitable formada por su magnífica mole de más de 9 kilómetros, cuya tonalidad varía dependiendo de la inclinación con que inciden en su superficie los rayos del sol.

Fotografías de Schomynv, Masao.M, Nathan Siemers, Leonard G. y Stuart Edwards.
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