El mundo islámico se encuentra inmerso en su Eid al Adha, la fiesta del sacrificio. Los más afortunados podrán celebrar este momento en La Meca, la mayoría de la población musulmana, en cambio, tendrá que hacerlo en sus propias comunidades y junto a sus familias. Sin embargo, para quienes residen fuera de estados declarados oficialmente islámico, la celebración del Eid al Adha resulta muy difícil.
Es el caso de quienes viven por ejemplo en España, donde la normativa sanitaria impide que el cabeza de familia sacrifique él mismo el animal que luego han de comer. Que hubiese una norma que regulara todo este tema no sería descabellado, como ocurre, por ejemplo, en la vecina Francia; al margen de lo que esta fiesta pueda despertar en la conciencia de cada uno y de qué opinión se tiene sobre el sacrificio animal.
Para muchos, el sacrificio del cordero a golpe de cuchillo es una salvajada. El acto se basa en la confianza a dios, como en aquel pasaje en el que Abraham sustituye a su hijo por un cordero, tras demostrar su fe.
No soy religiosa de ningún tipo, ni siquiera agnóstica. Soy sencillamente atea. No me gusta sacrificar animales o que se sacrifiquen, pero tampoco soy una intransigente, máxime cuando vivo en un país en el que no hay forma de abolir una barbaridad tan enorme como el toreo, donde las reses son asaetadas, vejadas, humilladas, maltratadas y torturadas hasta la muerte en la llamada Fiesta Nacional.
También es bueno recordar que del animal sacrificado por los musulmanes, una parte es para la familia, otra para los pobres y el último trozo para quien ha sacrificado el animal. Ah, también existen musulmanes veganos. Pero poco entendible es el escándalo que produce en los occidentales el Eid al Adha, cuando en los pueblos españoles, aún se reúnen las familias para la matanza del cerdo. Tal vez si no se regula una cosa, también debería estar prohibida la otra… al fin y al cabo todas son tradiciones, aunque a algunos no nos gusten.
