Esta aldea global en la que intenta convertirse nuestro maltrecho mundo ha conseguido, entre otras muchas cosas, que ciertos edificios que durante siglos hemos venido vinculando a culturas y países lejanos,  hayan llegado a acercarse tanto a otros lugares que se han instalado en nuestras ciudades, lindando con nuestras casas, en plazas muy concurridas, en lugares bastante alejados del lugar en que nacieron.

Es el caso de las pagodas, esos templos asiáticos, evocadores de distantes y exóticos reinos que un día fueron construcciones únicas en lugares como China, Vietnam, Tailandia, Corea, Japón… Aquellos paraísos lejanos levantaron sus plantas al cielo, en busca de una espiritualidad fundamentalmente budista.

Hoy aun nos seguimos maravillando ante aquellas primitivas pagodas de madera que, a pesar del tiempo, las inclemencias meteorológicas, incluso violentos terremotos, han conseguido resistir erguidas, orgullosas y espectaculares, desafiando cualquier virtud humana más allá de lo lógico.

La fascinación nos llevó a multiplicar el número de pagodas y a destinarlas para fines distintos de aquellos para los que nació y el templo que un día fue, se ha ido adaptando a otros usos. Persisten las edificaciones típicas con marcado y único fin religioso y también han proliferado aquellas pagodas convertidas en restaurantes, atracciones de parques temáticos, centros comerciales…

Es la otra cara de esa globalización y la admiración a veces nos hace girar la rueda demasiado, hasta dar un uso que pudiera entenderse afrentoso. Sin embargo, a veces es bueno desmitificar las cosas y entender algunos actos como producto únicamente de la admiración.

Fotografías de edbrambley, anoldent, Mal B, SarahDepper, recoverling y oarranzli.
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