Mucho antes de que los españoles arrivaran a tierras americanas, la Joya de Cerén ya había sucumbido a la eruptiva actividad de la Laguna Caldera. Apenas le dio tiempo a existir en un suspiro de dos siglos de asentamiento. Sin embargo el modo en que sus moradores fueron obligados a abandonar el sitio ha servido para conocer la vida cotidiana de los habitantes mesoamericanos precolombinos.

Todo permanecía intacto, inalterado por la fugacidad de un instante. De ese impás violento y postrero sabían bien los moradores de la región de la Campania, en la Italia latina, cuando fueron sorprendidos por el rugido del Vesubio. Es por ello, precisamente, por lo que la Joya de Cerén es conocida también como “la Pompeya de América”.

Este otro enclave suspendido en el tiempo, también Patrimonio de la Humanidad, como las europeas Pompeya y Herculano, siempre había estado al antojo catastrófico de la actividad volcánica de esta zona de El Salvador y, en el año 600, los pobladores tuvieron que dejar sus cosas y salir corriendo tras la erupción de Loma de Caldera, apenas a un kilómetro de distancia.

Hicieron bien en salir huyendo los mayas, pues la aldea quedó enterrada bajo 14 capas de ceniza, que cayeron del cielo a temperaturas que fueron entre los 100 y los 500ºC. Precisamente la superposición de ceniza fue lo que ha preservado el conjunto a través de los siglos. Menaje, cuchillas, piedras de moler y hasta alimentos, quedarón listos para ser descubiertos y mostrar así cómo fue capturado un instante de la vida de aquellos salvadoreños antiguos.

Fotografías de jabbusch, hija del caos, Václav Synáček, xorge.
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