Llegué al Templo de Filé, joven e inexperta viajera, amanecida apenas a la exploración de un mundo que se me ha hecho cada vez más grande e imposible de contemplar en su totalidad. Era tal vez mi primer viaje a un lugar remoto, al que siempre había querido ir: El Egipto de los faraones.

Estaba preparada para casi todo. Desde niña había ido convenciéndome, con un runrún interior, de que un día estaría ahí delante, ante todas aquellas maravillas, como una Isis más, como una Hathor más, como una Hatshepshut más… Así que había tenido años de mentalización, de modo que apenas si abrí los ojos como platos y me reí como una tonta, aquel día en que al amanecer, vi las pirámides desde la ventana de mi hotel, tan cerca, que casi podía tocarlas.

Me paseé como una autómata, que había ido memorizando durante años los planos de planta de todos aquellos edificios que escondían leyendas fabulosas escritas sobre sus paredes. Repetía en voz alta datos y más datos, curiosidades y razonamientos sobre todas aquellas maravillas que tantas veces había visitado en las páginas de los libros. Sí, me había preparado bien.

Una mañana muy temprano, como casi siempre que visitaba algo de aquel hermoso Egipto, poco después de la amanecida si no querías freírte bajo los rayos de Ra, me subí a una falúa y me dejé llevar por las aguas de aquel Nilo cleopátrico; porque en Egipto hasta las aguas del grifo te parecen el Nilo más cleopátrico.

De pronto, aparecido de la nada, sobre aquellos montículos cubiertos de matorral, apareció como pequeño pero orgulloso, aquel Templo de Filé, hermoso resumen de milenios faraónicos; un compendio del Antiguo Egipto, ya a punto de morir en manos romanas.

Vi el espectáculo de luz y sonido, en el que voces españolas contaban cómo la casa de Hathor, el templo de Isis había sido ‘salvado de las aguas’ por tantos países, que decidieron que no sucumbiera ahogado por los estragos inevitables de la presa de Aswan. Y lloré… por fin, ante aquel esquemático templo ptolemaico que, aún hoy, me sigue pareciendo uno de los edificios más hermosos del mundo.

Fotografías de Przemyslaw “Blueshade” Idzkiewicz, Jerzy Strzelecki, eviljohnius, archer10 (Dennis), Son of Groucho.
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