Rompiendo las cadenas

Frente a las costas senegalesas nos encontramos con una pequeña isla que, desde hace unos años, sirve de bello escenario a un buen número de artistas africanos.

Se trata de la Isla de Gorée, cuajada de artesanía, batiks, telas, pinturas, madera, vestidos… la cara más amable del continente africano y muestrario infinito de inmensa riqueza artística y sabiduría ancestral.

Sin embargo este trozo de África, al que ahora acuden los jóvenes durante los fines de semana para bañarse, encierra un pasado terrible y vergonzoso capaz de conmover al espíritu más innoble. Y es que a lo largo de tres siglos y hasta 1815, la famosa isla fue uno de los puntos más importantes de venta de esclavos.

Entrada a casa de esclavos

En épocas de comercio postcolombino, el Nuevo Mundo necesitó más y más mano de obra barata. Fue entonces cuando los europeos -ingleses, holandeses, portugueses, franceses y españoles- decidieron exportar e importar hombres, mujeres y niños.

Arrancados de sus familias, robados a su tierra, vejados y torturados sin ninguna piedad; los hijos de África sufrieron el encierro en las casas de la isla. Enjaulados en celdas que desembocaban en un dique, eran embarcados directamente hacia un destino desconocido y sin explicación alguna.

Ahora, la Isla de Gorée -declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco- asume su pasado sin odio ni resentimiento y ofrece al visitante la alegría de su gente y el calor de sus sonrisas.

Fotografías de Rémi Jouan, Willi Hybrid, Robin Elaine.
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